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El marco posterior a la reforma implica una dimensión hasta ahora infravalorada en la
práctica, que incide de manera urgente en la construcción de los recursos que la
propia sociedad y sus Instituciones sean capaces de generar. También determina la
necesidad de multiplicar el debate social y la investigación científica de aquellos
elementos presentes en el tejido social que puedan favorecer la integración del
enfermo mental.
El tratamiento de la enfermedad mental por tanto, no es solamente sanitario ni
tampoco lo es social, sino que ambas características deben formar parte de una
intervención coordinada, que encuentra su validez terapéutica precisamente en su
complementariedad. De poco servirá una estructura sanitaria adecuada si no existen
servicios sociales capaces de generar una correcta política de sensibilización,
asistencia y trabajo social en el entorno inmediato del enfermo.
La falta de uno de estos dos pilares, colapsará y masificará sin duda alguna los
sistemas existentes, haciendo por su parcialidad, inviable y onerosa cualquier
intervención terapéutica, del mismo modo que ocurriría en el tratamiento de otros
trastornos como las drogodependencias, el alcoholismo o la deficiencia psíquica, en
las que curiosamente y a diferencia de la enfermedad mental, se asume y se persigue
la existencia y el desarrollo de intervenciones tanto sanitarias como sociales desde los
servicios públicos.
El modelo bio-médico
Según Korchin (1976), el modelo médico de la enfermedad mental se puede
conceptualizar en las siguientes proposiciones:
- Los trastornos mentales poseen características homogéneas que permiten
agruparlos en categorías nosológicas.
- Estas enfermedades son de origen orgánico.
- Los trastornos mentales se adquieren independientemente de la voluntad del
sujeto.
- La intervención terapéutica se realiza de modo individual y a través de un
especialista de probada capacidad y conocimientos.
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