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Durante el desarrollo de estas teorías, la familia pasa a ser considerada no ya un

               elemento integrador y positivo, sino más bien como la estructura social perniciosa
               fuente  de  la  patología  mental  y  micromodelo  donde  se  dan  las  contradicciones

               sociales y políticas. Es el tiempo de los estudios de  Palo Alto en la década de los
               cincuenta que definen la esquizofrenia dependiendo de los estilos de comunicación

               familiar  y  la  capacidad  adaptativa  del  enfermo  a  integrarse  o  no  en  este  tipo  de
               relaciones.



               La antipsiquiatría va a conceptuar la enfermedad mental como un elemento liberador
               y  positivo  para  la  sociedad,  dirigiendo  sus  críticas  a  la  institución  tradicional

               psiquiátrica  y  a  la  familia,  potenciando  en  el  movimiento  antipsiquiátrico  una
               ambigüedad  terapéutica  nefasta  para  la  rehabilitación  de  las  personas  con

               enfermedad mental. Ya que tanto los enfermos como sus familiares quedan sin la
               protección  institucional  existente,  frente  a  una  carencia  absoluta  de  estructuras

               sociales de rehabilitación.


               Hasta ahora lo descrito encuadra la situación actual de las familias y de los enfermos

               mentales en nuestro país, siguen sin desarrollarse las medidas necesarias para la

               rehabilitación e integración de estos enfermos. Estudios rigurosos de Lef y Vaughn
               (1981)  demuestran  que  la  aceptación  positiva  del  enfermo  por  el  medio  familiar

               determina la reducción de ingresos hospitalarios de un 50% a tan sólo un 16%. La
               aparición de la medicación antipsicótica de última generación aventura  a predecir

               una  desaparición  de  los  síntomas  más  estresantes  así  como  los  nocivos  efectos
               secundarios característicos de este tipo de fármacos.



               Los  programas  psicológicos  de  intervención  cognitiva  y  conductual  en  la
               rehabilitación del enfermo también apuntan a trasformar este tipo de enfermedades

               en  trastornos  crónicos  que  permitan  una  mejora  en  la    calidad  de  vida  para  el
               enfermo  y  sus  familias.  Sin  embargo  este  futuro  prometedor  se  rompe  cuando

               hablamos  de  la  implicación  de los  poderes  públicos  en  dotar  al  sistema  de  salud
               pública  y  servicios  sociales  de  los  recursos  y  la  coordinación  suficientes  para

               afrontar el problema.







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